jueves, octubre 10, 2013

TIENE QUE LLOVER A CÁNTAROS




          Hoy se ha aprobado la LOMCE en el Congreso pendiente de su paso por el Senado antes de su aprobación definitiva. Entre tanto, los profesores estamos encerrados en los centros. Encerrados, no porque los hayamos ocupado, junto con padres y alumnos, para apropiarnos del conocimiento como bien común e instituir su autogestión democrática de modo que la enseñanza no esté sujeta al arbitrio de ‘lo público’, dependiente del control del partido estatal de turno, ni mucho menos sea beneficio privado bajo criterios de rentabilidad mercantilista.

Estamos encerrados en los centros, temerosos y asustados, ante un futuro cierto de desposesión y privatización de la educación que va a profundizar todavía más la desigualdad social y el acceso al conocimiento, convirtiendo un ‘servicio público’ en una prestación desprovista del carácter universal que actualmente tiene y a expensas de los recortes educativos  que impone la deudocracia. Una educación que pasará a regirse por la rentabilidad del mercado, no por las necesidades y deseos sociales de la comunidad, y, menos aún, por el placer y disfrute de saber.

Una Ley, la LOMCE, que obedece a un modelo educativo al servicio de un mercado de trabajo subordinado a la ‘reducción de costes laborales’, es decir, a la profusión de mano de obra barata a disposición de los empleadores, que responde a un objetivo darwiniano clasista patente: los que trabajan y los que estudian. Un modelo que no sólo excluirá a muchos jóvenes de la enseñanza superior (actualmente ya la mitad de los hijos de los hogares con  apuros económicos se ven obligados a dejar los estudios) sino que los condenará al trabajo asalariado más servil, a la emigración o a la marginalidad.

En tal marco, la precarización del profesorado será aún mayor que la que ha sido impuesta a día de hoy, con cada vez más un peso menor en las decisiones académicas de los centros, ‘profesionales’ ajenos a sentimiento alguno de comunidad educativa, bajo direcciones vinculadas, más de lo que ya están, a una administración cuyos objetivos están definidos por la desposesión del conocimiento, la exclusión social y la rentabilidad económica, de tal forma que los profesores seremos desprovistos no sólo de nuestra vocación sino del prestigio que todavía tenemos entre la población.

Estos días, en Río de Janeiro –Brasil puede quedar lejos pero Baleares, aquí al lado, no ha recibido la solidaridad huelguística efectiva del profesorado del Estado–, los profesores mantienen casi dos meses de huelga luchando por sus derechos. En las manifestaciones puede verse a los alumnos en primera línea protegiéndolos cantando 'professor é meu amigo, mexeu com ele, mexeu comigo!' (el profesor es mi amigo, lucho con él, lucha conmigo), provocándose un sentimiento común que un docente relata así: “Cuando veo esas caras jóvenes en la calle, luchando por un "nuevo mundo"… soy optimista sobre el futuro... Educar es transformar un ser humano para la vida en sociedad. Así pues, el profesor que no concibe la transformación de sí mismo y de la realidad en la que se encuentra difícilmente será un buen educador. Me encantaría, en un futuro no muy lejano, encontrar en la sala de profesores a uno de estos chicos y chicas que ponen su integridad física en peligro para ayudar a la gente en la calle, no dejándose dominar por los mecanismos de internalización de los valores y expectativas del sistema capitalista. Llevando la pedagogía de la acción a las aulas, probablemente no se resignarán a un modelo de escuela que castra, captura y reproduce… Cuando dicen que los profesores somos sus amigos y que se indignan al luchar con nosotros, veo que lo que desean es aprender, pero que las clases que se les ofrecen no son suficientes. Debemos aprender y comprender que "la educación de Río de Janeiro no paró", sino que convirtió las calles en un inmenso espacio de aprendizaje sin jerarquías o evaluaciones, donde aprendemos juntos y logramos a costa de mucho esfuerzo y lucha nuestra emancipación.”

            Si lo único que somos capaces de ofrecer a nuestros alumnos y a sus familias es la aceptación, la sumisión, haciendo del ‘es lo que hay’ su libro de texto, merecemos, no la admiración de nuestros alumnos, sino su desprecio. Es nuestra responsabilidad, es nuestra profesión. Las luchas (por la educación, por la sanidad, por la vivienda,...) ya no son partidistas ni corporativas, son comunes: o son de todos para todos o no son de nadie. Es por esto que tenemos que romper el dique del 24 de octubre y que suba la marea porque tiene que llover, tiene que llover... Tiene que llover a cántaros.