miércoles, julio 31, 2013

RETRATO DE UNA VACA

Tenemos en galego-português una hermosísima palabra para expresar esa libertad del zoe; esa libertad anterior a todo biopoder, una libertad que se expresa por su propia inmanencia: "ceive". Hace décadas ya el adjetivo (también existe el verbo "ceivar") fue escogida por el nacionalismo como un significante diferencialista con el que producir alteridad: nada más distinto de "livre" (tan parecido al "libre" español), que "ceive" (a menudo también escrito "ceibe" por esas cosas de las normativas). Pues bien, si queréis ver un hermosísimo ejemplo de lo que es ceive, aquí tenéis un ejemplo. Desafortunadamente, esa parte invisibilizada de la clase trabajadora que son los animales sigue tan pendiente de emanciparse del biopoder como nosotrxs. ¿Acaso será preciso que aprendamos primero a ser ceives nosotrxs mismxs? (Raimundo Viejo Viñas)

 

La vaca es descuartizada con meticulosa laboriosidad. Antes de matarla la cegaron con una máscara de cuero para que no advirtiera el camino al matadero y su posterior ejecución (quizá también para que el matarife rehuyera la mirada del animal evitando así sus propios remordimientos). Ordenadamente va esparciéndose el trozeado según su postrera utilidad, inútil ya el flujo de la sangre y la abotargada inteligencia. Viva o muerta, atiende por igual a su valor de mercancía.

Madre e hijo ejecutan su trabajo eficazmente con íntima compenetración y con la comprensión que supone la costumbre más que una consciencia apenas entrevista, abatida por la letal supervivencia. Mientras, la vejez ha relegado al padre a otros quehaceres más alejados de su destreza de antaño.

Pareciera como si tanto al animal como a los hombres les corriera pareja una misma existencia, condenados a perpetuarse y a perpetuar una infalible organización del tiempo, del trabajo y de la vida, unidos, más allá de escasas distinciones racionales, por el provecho que producen para otros.

Pocas veces se ha descrito de manera tan escueta la explotación como en este breve relato de John Berger, Cuestión de lugar (Puerca Tierra), recorrido por una apesadumbrada descripción del trabajo humano. Mientras la vaca pasará a ser carne dispuesta para la venta, los hombres lentamente transformarán su rostro en una máscara rutinaria que usurpará su identidad hasta el fin de sus días, dispuestos sus sustitutos, sabedores de su sitio en este ordenamiento brutal donde la perpetuación de la especie no es sino el usufructo rapaz de la riqueza.

Y a pesar de todo, la narración rezuma humanidad debido precisamente a la exposición, con toda naturalidad, de unos seres reducidos a la servidumbre del trabajo, expoliados de sus deseos, desterrados de sí mismos que, como la vaca, tienen marcado de antemano su destino. Una sombría conclusión que necesariamente no tiene por qué ser definitiva.