lunes, septiembre 24, 2012

LECCIÓN DE ANATOMÍA


Lección de anatomía (Rembrandt, 1632) refleja el poder de la burguesía holandesa en el siglo XVII, donde este tipo de retratos presentaba a una clase media cada vez más ascendente social y económicamente que gustaba de aparecer en compañía de personalidades notables y poderosas. Las Provincias Unidas –actualmente Holanda-, una vez conseguida la independencia de España, se convertirían en una potencia comercial que permitiría el desarrollo del capitalismo en los Países Bajos.

 
Nicolaes Tulp era el director del gremio de cirujanos y un destacado miembro de la comunidad política de Amsterdam. Protagonista del cuadro, dirige la disección del cadáver ante una audiencia mitad interesada en la lección, mitad interesada en la propia ostentación como clase. Fijémonos en el objeto de estudio porque es de donde procede la luminosidad, es ese cadáver el que alumbra el lienzo, el que da vida al poderoso negro distintivo de clase. Las lecciones de anatomía eran eventos científicos y políticos que, como vemos en el cuadro,  congregaban no solo a estudiosos de la medicina sino a representantes del estamento burgués. La oportunidad para tales ceremonias se presentaba cuando la justicia ponía a disposición el cadáver de algún ajusticiado como en este caso. La práctica anatómica se consideraba un castigo añadido sobre el cuerpo desde una doble violencia corporal y espiritual. Así, los cuerpos eran cosificados y sacrificados ante el nuevo saber científico y el boato de la incipiente burguesía, en una sociedad calvinista que valoraba sobremanera el orden y la disciplina, manteniendo a través de la exhibición pública de la venganza en los cuerpos de los malhechores un régimen panóptico de supervisión y control.

 Esta mercantilización de la vida sometida al beneficio económico y al biopoder capitalista no estaría exenta de crisis. A raíz del desarrollo de los mercados de especias gracias al descubrimiento de América y la creación de nuevas rutas hacia Oriente, los productos procedentes de estas tierras se convirtieron en artículos de lujo a los que solamente tenían acceso las clases nobles, símbolos de un alto estatus social, destacando el tulipán, procedente del imperio otomano donde se usaba para adornar los trajes de los sultanes. Los tulipanes cultivados en Holanda sufrían ciertas variaciones en sus tonalidades debido a un parásito de la flor, que transmitía un virus llamado Tulip Breaking Potyvirus, naciendo así los tulipanes multicolor, que aumentaban su exotismo y por tanto el valor y el precio de éstos.

En poco tiempo, el cultivo del tulipán se extendió por la mayoría de provincias holandesas en las que los horticultores intentaban conseguir colores cada vez más exóticos con la finalidad de venderlos a precios más altos. La acomodada situación holandesa y sus grandes dotes comerciales se encargaron de hacer subir su precio hasta alcanzar precios desorbitados. Entrada la década de 1630 el mercado de tulipanes cotizaba a precios astronómicos que ascendían sin llegar nunca al límite. Un sólo bulbo podía llegar a valer 1.000 florines (una persona normal en Holanda tenía unos ingresos anuales de 150 florines). En 1635 se llegaron a pagar 100.000 florines por 40 bulbos de tulipán, llegándose incluso a pagar 5.500 florines por un solo bulbo de la preciada especie Semper Augustus.

 
Ante esta situación se empezó a crear una burbuja en la que los precios subían y subían, generándose la ilusión de que el mercado del tulipán siempre sería un mercado alcista. Tanta fue la euforia que se creó un mercado de futuros dónde se negociaban bulbos aún no recolectados; este negocio se le denominó windhandel que traducido significa “negocio al aire”. Todas los estatus sociales empezaron a invertir en tulipanes deshaciéndose así de sus bienes más básicos, incluso llegaron a endeudarse y hipotecarse para adquirir los tulipanes, llegando un momento en el que ya no se intercambiaban bulbos sino que se formó una auténtica especulación financiera mediante notas de crédito.

Pero en 1637 algunos especuladores empezaron a detectar signos de agotamiento en el mercado de tulipanes. Los inversores decidieron empezar a vender y salir del mercado recogiendo ganancias. Dicha actitud fue contagiada rápidamente al resto del mercado, generando así una suma importante de oferta de tulipanes que condujo al pánico generalizado del país. Los poseedores de bulbos comprados a precios astronómicos se encontraron de un día para otro sin ningún comprador y los especuladores habían firmado contratos de futuros que les obligaban a comprar el bulbo a un precio mucho más alto que el de mercado. La explosión de la burbuja dejó a la mayor parte de los inversores arruinados, ya que habían liquidado su patrimonio para especular con tulipanes que acabaron sin tener valor alguno.

Notemos que la lección pintada por Rembrandt se insertaba en la constatación de que el conocimiento tenía confirmación empírica, reflejando así el pensamiento europeo del siglo XVII. La enfermedad era visible, diagnosticable, pero obviaba la dimensión psicológica del enfermo. La lección de la Troika guarda similitudes con la de Tulp. Ambas reflejan el poder de una clase política financiera que disecciona un cuerpo, el cuerpo de la multitud, ajena e indolente a la subjetividad del mismo, con idéntico afán cosificador, ávido de extraer su valor, dejando a un lado el trabajo vivo, parasitando el cuerpo social para extraer del mismo toda su riqueza devenida en renta. El nuevo capitalismo del siglo XXI se rige cada vez más por la necropolítica, donde se decide quién debe vivir y quién debe morir en un momento dado, atendiendo a criterios estrictamente económicos, convirtiendo a los seres humanos en una mercancía intercambiable o desechable según dicten los mercados. “Una nueva manera de entender la realidad en la que la vida pierde toda su densidad y se convierte en una mera moneda de cambio para unos poderes oscuros, difusos y sin escrúpulos”.