LA VIDA ES DEUDA
“Los españoles no podemos elegir si hacer o no sacrificios. No
tenemos esa libertad” (Rajoy, 11/7/2012)
La
servidumbre de esta afirmación del sr. presidente es evidente. Si Sartre nos
condenaba a ser libres, Rajoy nos condena a ser esclavos. La reminiscencia
calderoniana también lo es, pues emerge el Segismundo del “si nací, ya entiendo
/ qué delito he cometido. / Bastante causa ha tenido / vuestra justicia y
rigor; / pues el delito mayor / del hombre es haber nacido". Nuestro teatro
barroco es tremendamente trascendente, ya sea la trascendencia del soberano, ya
sea la trascendencia de la divinidad, su apelación arbitra la inmanencia de las
relaciones sociales y atraviesa la sociedad en su conjunto.
El sr. Rajoy, la política de austeridad, en
definitiva, nos sitúa lejos del terreno de la inmanencia. Partiendo de él, lo
trasciende, situándonos ante un a priori que nos bloquee, que justifique, ‘transcendentalmente’,
más allá de nuestras posibilidades, el resultado de las políticas que nos
oprimen. Nuestro pecado original es la
deuda, ese vivir por encima de nuestras
posibilidades que se repite como un mantra para hacer del mismo el leit
motiv de nuestra autoinculpación. Como Segismundo, culpable de nacer, somos
culpables de deber, de resultas de lo cual carecemos de libertad, presos al
débito como estamos.
Pero esto no es más que trascendencia porque
como el propio Segismundo se pregunta, también nosotros nos preguntamos: “y
teniendo yo más vida /
tengo menos libertad?”, para respondernos que, dentro de los regímenes de
austeridad, dentro del dispositivo de control de la deuda, en definitiva,
dentro del capitalismo financiero, no solo no existe la libertad: la vida misma
es enemiga del capital. Es precisamente que teniendo nosotros, la multitud, más
vida, personificación del trabajo vivo, exponentes de las nuevas relaciones del
común, tenemos menos libertad porque el capital financiero nos encierra, nos
parasita, nos subsume en un desesperado intento de hacer prevalecer la
propiedad de sus medios de producción sobre las nuevas relaciones lingüísticas,
inmateriales, que hemos dado vida. Frente a la política de los cuerpos, la
fantasmagoría de las finanzas son un zombi real y sanguinario. El capital no es
un muerto viviente: hay que matarlo.
Así, en el terreno de la inmanencia, la
apelación a la esclavitud del sr. Rajoy adquiere todo su sentido. Mas que una
afirmación es un deseo, un vano deseo: que no elijamos la libertad. Porque no
solo estamos condenados a elegir, sino que debemos elegir. Y esa elección
multitudinaria es la que temen los señores
de la deuda como mostraron vergonzosamente recientemente en Grecia ante el
ascenso de Syriza. Y nuestra libertad pasa inexorablemente por no pagar la
deuda, por no hacernos responsables de sus políticas, por no dejarnos rescatar,
por disparar la prima de riesgo, por convertir este régimen insoportable en
imposible. Por elegir no hacer sacrificios. Por tener libertad. Porque resistir
es poder.
““Nec metus, nec spes”. El régimen ni
siquiera nos concede la última. Solo nos inocula el miedo a través de la
violencia de sus agentes del orden económicos y policiales. Sabemos que si la
esclavitud falla, tenemos la represión como argumento. Como Segismundo
encadenado, arrastrado a la oscuridad de la celda tras el momentáneo
advenimiento de la consciencia, pretenden hacer cumplir el oráculo que vaticina
la explotación de clase, solo que el príncipe que salga de este rebelión no
asumirá la trascendencia del mando sino la cooperación de la vida, no soñará
despierto sino que despertará los sueños, sin deuda sino con superávit de
potencia.