sábado, enero 27, 2007

DISENSO


Entre los eufemismos más comunes y exitosos que el lenguaje del poder ha generado dentro del vocabulario social está sin duda la cultura del consenso, integrando así como virtud dentro de los conocimientos y costumbres sociales el consentimiento, esto es, la acción de consentir "estar de acuerdo, permitir una cosa o condescender en que se haga, soportar, tolerar una cosa,...".
Esta cultura del consenso permite la comunidad y afinidad de opiniones e ideas dentro de una sociedad democrática, siendo los más cultos entre los cultos, esto es, aquellos que detentan la cultura, es decir, aquellos cuya capacidad consensual permite representar a los más incultos, o simplemente a todos los demás, quienes desde el poder dirijan este consenso social de acuerdo a sus propios intereses de clase que raramente coinciden con el común interés de los representados.
El consenso, acepción intelectual del pacto, es la piedra filosofal en la cual se asienta la alquimia con que el capital somete la lucha de clases a una especie de juego de mesa donde quedan resueltos todos los conflictos a nivel del derecho, siendo sojuzgados y reprimidos de hecho.
Ejemplos de consenso hacen que nuestra sociedad sea una de las más cultas de Occidente, pues, y sin necesidad de remontarnos a nuestro más reciente pasado, tenemos actualmente muestras suficientes de nuestra capacidad intelectual consensual. El consentimiento institucional de la mayoría de las fuerzas políticas ante Maastricht, la reforma del mercado de trabajo, el desmantelamiento del estado asistencial, el terrorismo de Estado, ... evidencian nuestra madurez política, la cual se mide más por la renta del capital que por el bienestar general, índice este último de atraso e incultura social en la concepción del mercado, sustituto finisecular de la democracia.
Otra alternativa intelectual de gran tradición cultural, aunque hoy menospreciada, es el disenso o disentimiento, acción de disentir "ser de contrario parecer, no estar de acuerdo, no admitir algo, estar en oposición,...". A la acción pasiva o paciente que las más de las ocasiones trae implícito el consenso cabe oponer la determinación activa y afirmativa del disenso. El caldo dialéctico del consenso queda hecho aguachirle ante la potencia del disentimiento que reconoce violentamente, sin culturizaciones mediáticas, el antagonismo social de los conflictos.
Ante la apropiación que el capital hace del disenso social a través del consenso parlamentario, suplantando la democracia participativa con la democracia representativa, disentir individual o colectivamente del estado actual de cosas es afirmar la voluntad subjetiva frente a la objetividad del poder, en tanto dominador de nuestras conciencias a través de la explotación del trabajo.
Dada la insuficiencia del consenso político-institucional cabe avanzar una propuesta social cuya amplitud y diversidad garantice las aspiraciones y deseos de la mayoría, manifestadas a través de sus expresiones individuales u organizadas, para lo cual es necesario abandonar la política de partidos por la política de colectivos cuya afinidad asegure el interés general.
El reciente pleno del estado del municipio ha puesto de manifiesto la incapacidad de converger en un programa afín de actuación e interés común a quienes se enrocan en la opacidad de la institución y la exclusividad de la gestión. Reivindicar el disenso, como propugna Izquierda Unida, es hoy saludable, legitimador y programático para revalorizar la subjetividad liberada en la consecución de nuevas estructuras de cooperación desinstitucionalizadas e independientes que necesariamente se han de ir originando de motu propio para dar respuesta organizada y solidaria a los problemas reales ante la insuficiencia e ineficacia de la política institucional de partidos.
El objetivo de la izquierda debe ser propiciar y desarrollar nuevas formas de cooperación y poder social dependientes de sí y para sí mismas, esto es, socialmente constitutivas de libertad y bienestar colectivo, como alternativa política dotada de la subjetividad suficiente para desarrollar un programa de actuación general sin caer en la objetividad institucional ni en la ideologización y dominio.
Publicado en Cuatro Esquinas 17/1/1997

sábado, enero 13, 2007

LA CUESTIÓN


El fondo de la cuestión no es este o ese colegio, por muy concertado que sea. Eso sería obviar que el desarrollo urbanístico llevado a cabo en La Montaña ha propiciado la insostenibilidad de un modelo que pone lo público a los pies de los caballos para regocijo de los aurigas privados, contra el que en su día pocas voces se alzaron, preocupadas algunas más por la identidad de los beneficiarios que por el tipo de desarrollo determinado.
Cuando barruntó la cosa, ya se asoció al proyecto Alfedel, sociedad promotora de colegios en régimen de cooperativa de ámbito nacional, con importante implantación en nuestra Comunidad y en Valdemoro, prototipo de crecimiento desmesurado para mayor gloria política del Sr. Granados, ganador por la mano a otros más cercanos de pareja desmesura.
Crecer como se está creciendo es exponerse a estar desasistido de las más elementales dotaciones sociales. Provocar el aumento poblacional sin epidural política conlleva un enorme malestar y sus secuelas. No es traumático el efecto llamada sino el de ‘llegada’. El promotor que se enriquece no sabe de necesidades sociales. Hoy, cuando se habla del Casino en crisis, por fin se admite que era una ‘imposición’ para construir las viviendas, meollo del negocio, mientras años atrás se excomulgaba cualquier disidencia.
Que ahora la solución a la necesidad educativa sea ésta es inevitable dado la política urbanística propuesta, similar a convertir tierra de frutales en urbanizaciones para después reclamar agua para consumo humano. Lo público no abarca jamás el interés privado. Era previsible que desarrollo tan ávido y desaforado atendiese más a nutrirse y engordar con el festín plusvalístico de la zona que al menú del vecindario.
Y, por favor, dejen la ideología –de izquierdas- a un lado. La ideología ejecuta una política que discrimina conforme a unos intereses de clase. Se gestiona lo que hay, que viene de la Comunidad de Madrid que es de derechas. Por eso llama la atención que se acuse de incumplimiento ideológico, siéndolo, al posibilismo del Gobierno PSOE-IU acerca del Colegio cuando la misma anomalía se observa en el Hospital -ambos concertados- sin que se diga aquí esta boca es mía. La herencia urbanística va a lastrar esta cuidad más que la deuda. La política no gestiona lo que hay: lo transforma.

Publicado en Cuatro Esquinas nº 532